sábado, 12 de junio de 2010

Shirakawago





Shirakawago (白川郷) es un pueblito que queda entre Kanazawa (金沢) y Takayama (高山), al norte de Nagoya (名古屋). Es famoso porque conserva la arquitectura de casas de madera con techos de paja, conocida como "Gasshō-zukuri" (合掌造り), típica de los campesinos cultivadores de arroz de la época Edo. Los techos de estas casas pueden soportar inviernos con fuertes nevadas. 

 A ese pueblito se llega por autobús, pues no hay tren en esa zona. Cuando llegamos, estaba haciendo frío, y se veían las lomas de las montañas aledañas que rodean al pueblito, llenas de nieve. Cuando esa nieve se derrite, forma una cantidad de riachuelos, y arrollitos, todos que van a dar al pueblo, para irrigar sus cultivos de arroz. Pero lo bonito es ver al agua pura fluir al lado de las calles. Cuando pasa por el lado de las casas, han hecho pozos y fuentes, mientras otros construyen pequeños puentes, en fin, creativamente buscan la forma de aprovechar el agua que llega al pueblo.

Al final, al frente del pueblo termina pasando un pequeno río, caudaloso, que en su punto máximo puede alcanzar hasta 30 metros de lado a lado. Japón es un país de ríos cortos, por su geografía de islas estrechas, pero caudalosos y sonoros, pues agarran fuerza cuando bajan por las pendientes de sus montañas, y suena el chispeo y el líquido fluir que rodea cada una de sus brillantes piedras. Viendo esto, y la fertilidad de sus tierras, enriquecidas por ser zona volcánica, nos damos cuenta que todo el país ha sido bendecido con su naturaleza. Podríamos pasar nuestra vida entera sentados, admirando la belleza de este país.

Quisiéramos entender y poder explicar el enamoramiento y la devoción de los japoneses hacia la naturaleza. Por un lado, está el Shintoísmo (神道), esa religión animista que ve un espíritu y un dios en cada árbol, y en cada piedra. Coexiste, por el otro lado, con la solemnidad y tranquilidad del Budismo (佛教), recitadores de mantras, adoradores de ídolos de madera, con templos vacíos y espaciosos, oliendo a incienso.

Sin embargo esto no logra explicar por qué ellos mismos son capaces de matar a los delfines a garrote, ni tampoco por qué exterminan a las ballenas del Pacífico Sur. Un pueblo milenario, capaz de amar y construir, tan intensa y devotamente, como es también capaz de odiar y destruir, tan salvajemente. Esa es una de las contradicciones no sólo de los japoneses, sino de todas culturas y de la humanidad, en general. Manifiesta la inmadurez de nuestra civilización, que con una mano deshace lo que con la otra hace.

En Shirakawago, los campesinos ignoran a los turistas, como si fuesen fantasmas, y siguen con su vida cotidiana de hace 3 siglos. Abismos culturales y lingüísticos entran en juego y separan a la gente de distintas razas y nacionalidades. El extranjero contempla, sin interrumpir, para que el tímido japonés no se asuste, como cuando observamos a un pez en un acuario, confinado a sus cuatro paredes de cristal. 


De Shirakawago pasamos a Takayama, a una hora en autobús.

Referencias:
Shintoísmo, en la wikipedia
Ying y Yang, en la wikipedia
Budismo, en la wikipedia
Mantra, en la wikipedia
Gassho-zukuri, pagina oficial


 
 

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